Fray Juan de Fanno, un escritor italiano nos cuenta que navegaban dos Padres de la Orden de San Francisco para Flandes, y se anegó la nave en que iban trescientas personas. Los dos se abrazaron a una tabla y anduvieron tres días con sus noches sobre las ondas del mar, se encomendaron al glorioso San José, de quien eran muy particularmente devotos. Al tercer día se apareció en medio de ellos, sobre la misma tabla, en figura de un hermosísimo mancebo, les saludo afablemente, confortó sus ánimos decaídos y alentó las fuerzas de sus cansados miembros, y sanos y salvos salieron a puerto.
Los buenos frailes, como se vieron en tierra, hincadas sus rodillas, dieron gracias a Dios por tan gran beneficio, y al mancebo que les acompañó le suplicaron encarecidamente les dijese su nombre: les declaró ser San José, y les descubrió los siete grandes dolores y siete gozos que recibió en los siete misterios, de que se tiene tan gran devoción, prometiendo ayudar y favorecer en todas sus necesidades a cualquiera que en memoria de estos siete misterios dijese cada día siete Padrenuestros y siete Avemarías, y esta devoción usan muchos en Italia, principalmente los Padres Capuchinos».
De aquí nació la piadosa devoción de los Siete Domingos, en que se recuerdan esos siete dolores y gozos de San José.
Los Siete Domingos pueden hacerse en todo tiempo, si bien el más apropiado es el anterior a la fiesta de San José, del 19 de marzo.
Los Siete Domingos consisten principalmente en la meditación de los siete dolores y gozos de San José y el rezo de un Padrenuestro y un Avemaría. Son el rosario de San José. En la historia que hemos narrado antes, sólo se pidió a los dos Padres capuchinos salvados del naufragio que rezasen siete Padrenuestros y siete Avemarías.
Esta devoción también se suele practicar todos los días 19 de cada mes rezando la corona de San José.Se comienza como un rosario, y en cada dolor y gozo se reza un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria